En la nueva sede del Museo de Arte Contemporáneo de Varsovia
El canto de las sirenas
por Inés R. Artola
“Las sirenas son divinidades marinas hijas del dios-río Aqueloo y de Melpómene, Calíope u otra musa con cabeza y pecho de mujer y el resto del cuerpo de ave. Su número oscila entre dos y ocho (…). Dotadas de una maravillosa voz, osaron a competir con las musas, que las derrotaron y les arrancaron las plumas. Avergonzadas, se retiraron a las costas de Sicilia, donde, con su canto, ejercían una tan poderosa atracción sobre los marinos, que estos no podrían evitar que sus navíos se estrellaran contra las rocas”. Cuenta también el mito que solo consiguieron pasar indemnes el dios Orfeo acompañado de su lira y Odiseo que siguió las instrucciones de Circe (atarse al mástil del barco y poner tapones de cera en los oídos de sus marinos) y que por despecho u orgullo se sumergieron en el mar o se suicidaron.
El mito de las sirenas, sus versiones, evolución y adaptación hasta llegar a nuestros días es un tema tan inspirador como infinito. Es, también, el sujeto de la exposición sobre la que ahora vamos a contarles y no se trata, ni mucho menos, de algo casual: la sirena es el símbolo de la ciudad de Varsovia, el nuevo enclave de la sede temporal del museo de arte moderno se encuentra a las orillas del río Vístula e incluso si quieren una anécdota, Picasso estuvo una sola vez en Varsovia y dejó pintada una sirena en las paredes de un apartamento…
La muestra, por temática mitológica y símbolo de identidad de la capital polaca, es rica en la variedad de autores (nacionales e internacionales), en épocas (de maestros como Malczewski o Szymanowski pasando por vanguardias, subrayando el surrealismo, rozando el neoexpresionismo y llegando a nuestros días), en disciplinas (pintura, escultura, vídeo, instalación, fotografía, ilustración, documentación…) e incluso, y por todo ello, en sentidos: nos envuelve durante todo el recorrido una sonoridad acuática, misteriosa, húmeda, atractiva…un canto de sirenas.
Divinidades que resultan aterradoras, macabras, violentas. Toda una pléyade de maldades femeninas abarca nuestra historia, desde las Sirenas a las Parcas, Medusa, las hechiceras medievales, las brujas condenadas por la inquisición, la mujer vampiro querida-temida por los tardo decimonónicos, la feme fatale y su extensa trayectoria, la viuda negra… Infinita son las fábulas sobre perversidades en manos de mujeres. Pero, como no queremos resaltar esto sino su trascendencia nos centraremos aquí en lo femenino, no cruel, sino artístico. Y es que la exposición cuenta con grandes maestras (con “a”) del arte.
Llama nuestra atención un sencillo pero potente dibujo de Louis Bourgeois (por cierto, que se la llamó “la mujer araña” por sus conocidas esculturas) que con trazo grueso, negro, seguro, dibuja la figura de una sirena sobre un papel marcadamente horizontal que tiene de fondo las sugerentes líneas de un pentagrama. La presencia de obra de Leonor Fini es, sin duda, relevante en el espacio. Maestra argentina que atrajo e inspiró a los surrealistas con sus oscuras, crueles y, sin embargo, preciosistas ilustraciones. Además de sus ilustraciones y pinturas podemos contemplar una máscara femenina hecha en su totalidad con escamas de pescado que atrae-repele como suele suceder con estas divinidades endiabladas. Ecos surrealistas que se denotan en artistas actuales, como el trabajo Ewa Juszkiewicz (joven artista polaca muy en boga últimamente) que alude (copia) directamente al maestro belga surrealista René Magritte y su “Invención colectiva”, de 1934.
Penny Slinger y sus obritas diminutas ocupan también una parte (merecida) del espacio: microcosmos llenos de narraciones dignas de pesadilla con gotas de desquiciante hermosura que esta artista británica domina con maestría. Cada obra nos cuenta un cuento sin final feliz. Todas ellas conforman un mosaico por el que pasear y detenerse a escuchar esos cantos ocultos e hipnóticos bajo las imágenes.
Tropezar con la “Mujer mayor” de la americana Liz Craft, en el suelo directamente, con su dimensión reducida, su posición fetal, su indefensa figura a ras del suelo, es algo que conmueve y remueve. Por su volumen, forma, misterio, la instalación de la belga Edith Dekyndt nos hace detenernos: la pureza de las formas, el horizonte perfecto del agua entra en contradicción con el material que queda aprisionado hasta la podredumbre de la parte inferior. Un deje hirstiano sin tapujos respecto al tiempo, a lo oscuro, más allá del cadáver estetizante encontramos los restos de materia que, por su aprisionamiento, nos parecen más orgánicos que matéricos.
Si los sonidos marinos nos envuelven, también parte predominante la ocupan el vídeo de Agnieszka Polska titulado “Pregúntale a las sirenas” (2017) una inquietante, deformada y desagradable duplicación de rostros, cabezas parlantes en su doble condición de mujer y ser acuático.
Y, para sirenas, Juliana Snapper, cantante de ópera norteamericana que domina desde arriba en la sala. Sumergida, atrapada entre las aguas, con su voz aprisionada nos interpela asfixiada.
La lista restante es una gran y prestigioso etcétera. Como ven ( y si tienen imaginación, escuchan) se trata de una exposición atractiva y única, que despliega su canto en muchas direcciones y capas, que nos deja un sabor amargo pero reflexivo una vez salimos de ese cubo blanco donde se encuentra el museo para toparnos, a la luz del día, con las aguas del Vístula que, a pesar de verlo tantas veces, después de la exposición, no lo miramos igual.
Dirección:
Wybrzeże Kościuszkowskie 22, Powiśle, Varsovia