Polonia está situada en la Europa centro-oriental y tiene frontera con Alemania, República Checa, Eslovaquia, Ucrania, Bielorrusia, Lituania y Rusia (distrito de Kaliningrado). Su superficie excede los 300 mil kilometros cuadrados y cuenta con unos 38 millones de habitantes. Los polacos son eslavos, como los checos, los eslovacos, los ucranianos o los rusos, por lo que las lenguas de todas estas naciones se parecen bastante, así como la cocina, las tradiciones y las costumbres. Durante sus 1000 años de existencia, el estado polaco ha modificado muchas veces sus fronteras, ha participado en varias guerras y ha experimentado momentos de florecimiento y de ocaso. La historia de Polonia, como la de cualquier otro país europeo, ha contribuido a crear la imagen del continente y sigue haciéndolo hoy en día. 
Los inicios del Estado Polaco
  Aunque el momento de nacimiento de Polonia se suele considerar la cristianización oficial del año 966, las tierras polacas habían sido pobladas por culturas desarrolladas mucho antes. Justo cuando en España un artista desconocido estaba esculpiendo la Dama de Elche, en el territorio polaco se construían asentamientos amurallados como el de Biskupin. Durante los siglos siguientes no hubo un estado común y sólo a mitad del siglo X, tras la unificación de algunas tribus eslavas, nació, primero el Principado y luego el Reino de Polonia. La conversión oficial al cristianismo permitió al Estado Polaco entrar en el ámbito de la cultura del Occidente Europeo. Hasta entonces, la religión profesada había sido el antiguo culto eslavo que veneraba las fuerzas de la naturaleza y permitía la poligamia. 

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El patio de la Universidad Jagellónica de Cracovia.

En la primera mitad del siglo XII los contrastes en el seno de la dinastía regente provocaron una fragmentación politica del estado, que se convirtió en un mosaico de pequeños principados con soberanos débiles pero independientes. Sólo despúes de casi doscientos años el príncipe de Cracovia, Władysław Łokietek, logró unificar bajo su poder algunas tierras polacas y coronarse rey. Su hijo, Kazimierz Wielki, siguió los pasos del padre y durante su reinado Polonia entró en un período de intenso florecimiento. En 1364 fue fundada la Universidad de Cracovia, una de las más antiguas en esta parte de Europa. Además, el rey promovió el desarrollo de las ciudades, por lo que los historiadores posteriores dijeron de él que “encontró una Polonia de madera y dejó una Polonia de ladrillo”. Kazimierz Wielki fue el último de los monarcas de la dinastía Piast, fundadora del Estado Polaco.

Las guerras contra la Orden Teutónica
  La Edad Media fue la época de los caballeros, que luchaban por su patria, por la gloria, por los botines y por la religión. Fue entonces cuando nacieron las órdenes de carácter religioso-militar (mitad monjes mitad guerreros) que dedicaban su vida a la defensa de la fe: los misteriosos templarios, la Orden de Malta y, en España, las Órdenes de Calatrava y de Alcántara.  En 1226 el príncipe polaco Konrad invitó a sus tierras a los caballeros teutónicos (orden fundada alrededor de 30 años antes y formada en su mayoría por alemanes) para que le ayudasen en la lucha contra los paganos prusianos del Norte y del Noreste. Gracias a su perfecta organización y formación militar, estos caballeros vencieron a los prusianos en pocos años, conquistando asimismo grandes territorios para crear su propio estado. En breve, empezaron a crecer en varios lugares imponentes castillos de ladrillo rojo, símbolo del poder teutónico.

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El castillo teutónico de Malbork

La orden se convirtió en un rival peligroso para Polonia y, de hecho, desde el siglo XIV, los dos países luchaban entre ellos. Durante una de estas guerras tuvo lugar una de las más grandes batallas de la Europa medieval. El 15 de julio de 1410 se enfrentaron en los campos de Grunwald más de 50 mil guerreros de ambos bandos. Tras un largo día de batalla ganaron los polacos, apoyados por el ejército lituano, mientras que el Gran Mestre y muchos caballeros importantes de la Orden perecieron. A pesar de la grave derrota, el Estado Teutónico sobrevivió todavía un siglo. En 1525 el último Gran Mestre reconoció al rey polaco como su monarca y disolvió la Orden Teutónica.   

La época de los Jagellones

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El astrónomo Nicolás Copérnico
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            La capilla de los últimos reyes jagellónicos en Cracovia

A finales del siglo XIV la reina de Polonia era Eduviges, una joven de la dinastia Angevina que se casó con el príncipe lituano Jagiełło. Este matrimonio dio origen a una nueva dinastía que duraría en el trono polaco casi doscientos años: los Jagellones. Fue una época de rápido crecimiento para el Reino de Polonia y para el Gran Ducado de Lituania, unidos al principio en la persona del mismo soberano y, desde 1569, por el acto oficial de la Unión de Lublin bajo el nombre de la República de las Dos Naciones. En las primeras décadas del siglo XVII el Estado Polaco llegó a su máxima extensión territorial: casi un millon de kilómetros cuadrados, desde las orillas del Mar Báltico hasta las del Mar Negro. La Casa Jagellónica intentó también rivalizar con los Austrias en la política dinástica, logrando durante varias décadas tener miembros en los tronos de Bohemia y de Hungría, además de en los de Polonia y Lituania.     

                                           

La época del gobierno de los Jagellones, especialmente el siglo XVI, se considera unánimemente el Siglo de Oro de Polonia: su momento de mayor riqueza, poder y florecimiento cultural. Es también la época del aumento de la importancia de la nobleza, que logró ganar importantes privilegios económicos y políticos. Esto último, gracias sobre todo al papel especial desempeñado por el Parlamento (elegido por la nobleza entre los miembros de ésta) en el sistema político del Estado polaco-lituano. El ideal de libertad nobiliaria encontró también su reflejo en la tolerancia religiosa. En una época de persecuciones y guerras religiosas, Polonia era “un país sin hogueras”, único en toda Europa, donde los católicos, los protestantes, los ortodoxos, los judíos y los musulmanes tártaros vivían juntos.  Las tres capitales
  Durante su historia, Polonia tuvo tres capitales en tres regiones distintas. La primera fue Gniezno en Wielkopolska (la Gran Polonia), famosa por la puerta de su catedral que cuenta con una rica decoración escultórica. La siguiente capital fue Cracovia en Małopolska (la Pequeña Polonia), sede de la corte real desde el siglo XIV hasta finales del siglo XVI. Durante todo este tiempo la ciudad creció, se enriqueció y se embelleció, y debido a sus numerosas iglesias (elegantes y suntuosas, a menudo construidas por arquitectos extranjeros al servicio de los reyes polacos) ha recibido el sobrenombre de la “Roma polaca”. En 1596 la capital de Polonia fue trasladada a Varsovia, en la región central de Mazovia, hecho que facilitó la administración de un país que en aquel tiempo era el más grande de toda la Europa católica.

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La Plaza del Mercado en Cracovia                              
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El Castillo Real en Varsovia


El difícil siglo XVII

  La muerte de Segismundo Augusto, el último rey Jagellónico, provocó un cambio dentro del sistema político del Estado Polaco. Desde entonces, el monarca tenía que ser elegido por una asamblea general de toda la nobleza, requisito imposible de realizar en la práctica puesto que en los comicios (que tenían lugar en las afueras de Varsovia) participaban no más de veinte mil nobles. El régimen de Polonia fue entonces único en Europa y, teniendo al mismo tiempo elementos de la monarquia y de la república, era sorprendentemente moderno. No obstante, una serie de acontecimientos desafortunados fueron poco a poco debilitando al país. Las guerras con Rusia y Suecia, las rebeliones de los Cosacos y las invasiones turcas resultaron perjudiciales para Polonia. La debilidad del poder real a costa del crecimiento de magnates locales, representantes de la más rica nobleza, condujo a una libertad abusiva y al deterioro del estado. No obstante, todavía en 1683 el rey Juan III Sobieski fue declarado salvador de la Europa cristiana tras la carga victoriosa de los húsares alados durante el asedio turco de Viena. Estos húsares eran una formación típica polaca: una caballería pesada de élite, armada con lanzas largas y corazas adornadas con alas de plumas. La victoria en Viena, por muy brillante que fuera, significó el canto del cisne de la grandeza polaca. Mientras Polonia se iba debilitando, crecía la potencia de sus vecinos: Austria, Rusia y Prusia. 

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Un húsar alado


El ocaso del Estado Polaco y las reparticiones
  El siglo XVIII y la época de la Ilustración, cuando se sentaron las bases de la presente cultura europea, fue un período triste para Polonia. Los intentos de una reforma interna del estado, así como de reforzar su posición internacional, resultaron insuficientes. La situación no cambió ni siquiera con la aprobación de la Constitución del 3 de Mayo en 1791, la segunda constitución moderna de la historia mundial, precedida sólo por la americana. La débil y apática Polonia se convirtió en un blanco fácil para sus vecinos -Austria, Rusia y Prusia-, quienes, tras haberse anexionado dos veces varios territorios polacos en el último cuarto de siglo, finalmente, en 1795, se repartieron entre ellos lo que quedaba de Polonia. De esta manera, el Estado Polaco independiente desaparecería de los mapas de Europa durante más de un siglo.

El siglo XIX: sobrevivir en una realidad difícil
  La desaparición de Polonia no significó el fin de la sociedad polaca, que no olvidó su herencia casi milenaria. El siglo XIX, cuando una parte de los polacos vivía bajo el poder de Prusia (la futura Alemania), otra bajo el de Austria y otra bajo el de Rusia, fue sin duda una de las épocas más difíciles de la historia de Polonia. Los tres países adoptaron varias políticas, a veces muy duras, frente a la población polaca. A pesar de ello, los polacos mantuvieron su identidad nacional cuidando su lengua y sus tradiciones. Poetas, escritores, músicos, pintores y escultores intentaban subrayar, siempre que podían, sus raíces polacas.

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Federico Chopin
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 Maria Skłodowska-Curie

                                                                                

Esta lucha intelectual por mantener la identidad nacional estuvo acompañada algunas veces de la lucha armada. En 1830-31 y en 1863-4 tuvieron lugar insurrecciones que, sin embargo, fracasaron. Las derrotas militares demostraron la imposibilidad de lograr la independencia por medio de las armas y confirmaron la necesidad de preservar, sobre todo, la memoria de las tradiciones y la cultura. Muchos polacos que emigraron, entre ellos intelectuales y científicos, mantuvieron vivo el recuerdo de Polonia y de su pueblo a través de sus acciones.

El período de Entreguerras   La Primera Guerra Mundial aportó un cambio importante. Después de 123 años de ausencia, la Polonia independiente volvió al mapa de Europa. La derrota de los imperios alemán y austro-húngaro, así como los conflictos internos de la Rusia revolucionaria, permitieron la reconstrucción del Estado Polaco en el otoño de 1918. Los primeros meses resultaron extremadamente difíciles: por un lado, se estaban creando las bases de la estructura estatal, uniendo de nuevo las tierras separadas desde hacía más de un siglo; por otro, Polonia tenía que luchar en defensa de sus fronteras (sirva como ejemplo la importante batalla que tuvo lugar en 1920 en las afueras de Varsovia contra las fuerzas soviéticas, que intentaron anexionarse Polonia y convertirla en uno de sus territorios dependientes). La Segunda República Polaca, como oficialmente se llamaba el estado, era un país multicultural y multiétnico donde coexistían, como siglos atrás, varias culturas y minorías: la ucraniana, judía, bielorrusa y alemana. El período de Entreguerras fue un momento de explosión para la cultura, la ciencia y la industria polaca, hasta hacía poco frenadas por los países que se la habían repartido. La Segunda República Polaca, como toda la Europa de Entreguerras, sobreviviría sólo veinte años.

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Varsovia de Entreguerras



Polonia durante la Segunda Guerra Mundial
  El 1 de septiembre de 1939 la Alemania Nazi atacó Polonia, tras haberse asegurado la complicidad de la Unión Soviética. Fue el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el más sangriento y el más trágico conflicto de la historia de la humanidad, que duraría casi seis años. Polonia, después de haber resistido 35 días, se rindió. La mayoría de su territorio se encontró entonces bajo la ocupación alemana, mientras los restantes terrenos del Este fueron anexionados por la Unión Soviética, que invadió Polonia el 17 de septiembre. Según la ideología nazi, los Polacos, como eslavos, eran considerados subhombres y por eso sufrieron muchas persecuciones y represiones. Los intentos de la guerrilla no tuvieron éxito y además fueron castigados cruelmente por los alemanes, con centenares de polacos a diario ejecutados o enviados a los campos de concentración. Todavía peor suerte corrieron los ciudadanos polacos de origen judío, que fueron objeto de una firme politica de eliminación física en los campos de exterminio, construidos por los nazis en los territorios ocupados.

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Campo de concentración nazi en Majdanek
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                                          Insurrección de Varsovia, 1944

En las regiones bajo la ocupación soviética, la situación de la población polaca fue relativamente mejor, pero también muy difícil y no exenta de persecuciones, sobre todo en los primeros años. Más de 25 mil miembros de la élite polaca (militares, funcionarios, profesores, intelectuales, etc.) fueron tachados de enemigos de la clase obrera y asesinados por orden de Stalin en 1940, hecho negado durante décadas por las autoridades soviéticas. Además, varias decenas de miles de polacos fueron enviados a los campos de trabajo situados en los más remotos e inaccesibles rincones de la Unión Soviética. Sólo tras la ruptura del tratado de no-agresión por parte de Hitler en 1941 y tras el ataque del Tercer Reich a Rusia, cambió el sistema de alianzas y los polacos se convirtieron de prisoneros en aliados. Desde 1939 hasta 1945 los soldados polacos lucharon prácticamente en todos los frentes de la guerra contra Hitler, entre otros, en Noruega, Inglaterra, Italia, Egipto y la URSS, siendo el cuarto poder aliado en cuanto al número de militantes. En total, durante la guerra pereció el 15 % de la población que Polonia tenía en 1939: 6 millones de ciudadanos polacos de los cuales 3 millones eran de origen judío.


Polonia después de 1945
  Después de 1945 el futuro de Polonia se decidió por vía de los acuerdos entre las grandes potencias vencedoras: EE.UU., la URSS y, en menor grado, Gran Bretaña. De esta manera, junto a otros países de la Europa Centro-Oriental, como Checoslovaquia, Hungría o Rumanía, Polonia se encontró en la zona de influencia soviética. Aunque oficialmente independiente, en realidad estaba supeditada a las decisiones que se tomaban en Moscú. La implantación del sistema declarado como socialista y la oficial toma del poder por parte del pueblo (de hecho el nuevo nombre del país fue la República Popular de Polonia) eran meras apariencias para esconder un régimen autoritario. El estado experimentó numerosos problemas y el creciente descontento de la sociedad fue reprimido, a veces de manera brutal, por las fuerzas del orden: la milicja (el nombre de la policía polaca) y el ejército. Los años de mayor tensión social fueron 1956, 1970, 1976 y 1980. Fue en este último año cuando se formó la unión de trabajadores Solidarność (Solidaridad), que luego se convirtió en la fuerza de oposición más importante y numerosa, aglutinando a varios grupos sociales, desde obreros hasta intelectuales. En diciembre de 1981, para mantener su control sobre el estado, el gobierno declaró el estado marcial, que duraría dos años.  A partir de los años 80, el sistema económico y social de Polonia, junto con el de todo el bloque oriental, empezó a desmoronarse. En 1989 tuvieron lugar los acuerdos de la Mesa Redonda (llamada así por su forma, que no favorecía a ninguna de las partes participantes) entre el gobierno y la oposición, y en junio de ese año se celebraron las primeras elecciones de carácter democrático. Así comenzó el derrumbe del sistema impuesto en 1945, que rápidamente se extendió a otros países de la Europa Centro-Oriental. La República de Polonia, ya sin el adjetivo “popular”, sufrío una serie de profundos cambios políticos, sociales y económicos, con la intención de unirse a la Europa Occidental, de la que había estado separada de modo artificial durante casi 50 años. La coronación de este proceso fue el acceso a la OTAN en 1999 y a la Unión Europea el 1 de mayo de 2004.

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             La Mesa Redonda, 1989                                    



Material gráfico cedido por: Ministerio de Asuntos Exteriores de Polonia, Museo de la Insurrección de Varsovia, Dr Radosław Sikora.