31.07.2017 Noticias, Teatro

Joanna Biernacka: Nuevos creadores de teatro polacos

Este ciclo es un intento de aproximar al espectador español la riqueza y diversidad del teatro polaco. Regularmente, una vez cada dos meses, voy a tratar de describir los eventos más interesantes de las escenas teatrales polacas: las dramáticas, las operísticas, las de marionetas, danza y performance. Iré presentando no solo los últimos logros de creadores conocidos y respetados (Krystian Lupa, Krzysztof Warlikowski, Grzegorz Jarzyna), sino también los de los directores de diferentes generaciones, menos conocidos en el extranjero pero ya reputados en Polonia (Piotr Cieplak, Jan Klata, Michał Zadara, Monika Strzępka). En primer lugar, voy a describir fenómenos nuevos y personalidades que destacan cada vez más en el panorama teatral polaco y, entre ellas, a un grupo cada vez numeroso de mujeres interesantes (Weronika Szczawińska, Barbara Wysocka, Aneta Groszyńska, Anna Smolar, Marta Guśniowska).

Este ciclo es un intento de aproximar al espectador español la riqueza y diversidad del teatro polaco. Regularmente, una vez cada dos meses, voy a tratar de describir los eventos más interesantes de las escenas teatrales polacas: las dramáticas, las operísticas, las de marionetas, danza y performance. Iré presentando no solo los últimos logros de creadores conocidos y respetados (Krystian Lupa, Krzysztof Warlikowski, Grzegorz Jarzyna), sino también los de los directores de diferentes generaciones, menos conocidos en el extranjero pero ya reputados en Polonia (Piotr Cieplak, Jan Klata, Michał Zadara, Monika Strzępka). En primer lugar, voy a describir fenómenos nuevos y personalidades que destacan cada vez más en el panorama teatral polaco y, entre ellas, a un grupo cada vez numeroso de mujeres interesantes (Weronika Szczawińska, Barbara Wysocka, Aneta Groszyńska, Anna Smolar, Marta Guśniowska).


Joanna Biernacka
«Teatro polaco, siempre el mejor comentario a la realidad»

En febrero en el Teatro Narodowy de Varsovia se celebró el estreno de «El idiota» una adaptación de la novela de Fiódor Dostoyevski, dirigida por Paweł Miśkiewicz. El director, nacido en 1964, trabajó en Varsovia por primera vez después de terminar, en 2012, sus cuatro años de dirección del Teatro Dramatyczny de Varsovia.1. Vamos a empezar de manera no tan seria. El 13 de febrero de 2017 los medios de comunicación polacos se hicieron eco de la noticia de un coche que había golpeado una parada de autobús cerca de la histórica Plaza del Castillo en Varsovia. En Internet el comunicado iba acompañado de una foto característica: el coche retorcido, la parada destruida y un cristal roto con un cartel del último estreno del Narodowy. El título de la producción (y el gesto del actor en la foto) fueron el comentario más acertado sobre las habilidades del conductor: «Idiota».

 Uno de los periodistas teatrales compartió la foto en su perfil de una red social, agregando: «Teatro polaco, siempre el mejor comentario a la realidad». A pesar de que la observación tuviera carácter de broma, es imposible no estar de acuerdo. La importancia del teatro y el papel que desempeñó y sigue desempeñando en la cultura y sociedad polacas son excepcionales. Es difícil de explicar a los extranjeros en qué consiste este fenómeno, dado que la mayoría de los polacos admite que rara vez va al teatro (y lo confirman las estadísticas comparativas de Eurostat, donde Polonia se encuentra al final de la cola en cuanto a número de espectadores). Al mismo tiempo, el país cuenta con unos ciento veinte teatros dramáticos, de marionetas, musicales y óperas. Son teatros de repertorio, por lo general con equipos artístico y técnico permanentes, empleados a tiempo completo y subsidiados por el gobierno nacional o gobiernos locales. A ello hay que añadir un centenar de teatros no públicos –los comerciales y los que no tienen fines de lucro– que operan de manera permanente.La importancia del teatro se deriva de la historia de Polonia y su modelo cultural. Durante más de cien años de falta de independencia (1795–1918), los teatros fueron los únicos lugares –además de las iglesias– en los que estaba oficialmente permitido hablar en polaco. Después de la Segunda Guerra Mundial, bajo el comunismo, se convirtieron en un espacio de diálogo entre la escena y el público sobre el poder y la censura. Algunos dicen que el teatro cumplía para los polacos la función de un parlamento. De ahí surgió la convicción del rango y la misión del teatro polaco. 

Sin esta posición especial del teatro en la sociedad, no hubieran sido posibles las protestas de 1968, después de que se quitara de cartel uno de los textos más importantes en la historia de la literatura polaca, el drama «Dziady» («Los Antepasados») de Adam Mickiewicz escrito en el siglo XIX. El escándalo en torno a la pieza contribuyó a una de las crisis políticas más graves en la Polonia de posguerra. Sin esta posición especial del teatro en la sociedad no hubiera sido posible que, en 1976, el cardenal Stefan Wyszyński, primado de la Iglesia Católica en Polonia,  llamado el Primado del Milenio debido a la actitud firme de oposición al comunismo, condenara como repugnantes las obras de Jerzy Grotowski y Tadeusz Różewicz durante un sermón en la iglesia en Skałka (Cracovia). Hasta hoy en día, por otra parte, los espectáculos críticos frente a la religión, al igual que aquellos que violan tabúes morales, provocan fuertes emociones sociales y muchos comentarios en los medios nacionales.

Las producciones polacas de las obras de Dostoyevski nunca provocaron protestas o ataques en las calles, pero sí se convertían en un comentario metafórico sobre el estado espiritual de los polacos. Los textos del escritor ruso y las problemáticas contenidas atrajeron, entre otros, a Andrzej Wajda y Krystian Lupa; y algunos fragmentos de las obras de Dostoyevski fueron usados por Jerzy Grotowski y Jerzy Grzegorzewski.2. Paweł Miśkiewicz, por primera vez en su trayectoria, eligió un texto de Dostoyevski. Sin embargo, es un gesto significativo para su biografía artística, sobre todo porque dedicó la obra a «su maestro». Miśkiewicz estudió teatro, luego actuación y dirección escénica. Como director debutó poniendo en escena «Desayuno con diamantes» de Truman Capote en su propia adaptación (1994). Como actor trabajó regularmente hasta el año 2000, actuando principalmente en espectáculos de Krystian Lupa (incluyendo el papel de Aliosha en la famosa producción de «Los hermanos Karamazov» de 1990). Durante mucho tiempo, al evaluar sus montajes, los críticos escribieron sobre «el más fiel acólito» del gran director, y el propio Miśkiewicz, aunque nunca haya negado esa herencia, admitió que al principio constituía una especie de maldición. Durante un par de años parecía que el artista estaba buscando su lugar y no podía decidir si prefería ser actor o director; al final, optó firmemente por un solo rol y eligió el dominio de todo el espectáculo.La experiencia en la actuación se traduce, sin embargo, en la manera de trabajar con el actor y determina el tipo de teatro practicado por Miśkiewicz. Su mundo escénico es un lugar de expresión personal muy íntima. En una entrevista dijo: «En el centro de mi interés siempre se ha encontrado un hombre como yo: en constante búsqueda de su rostro, enfrentado contra la realidad que lo determina». Le interesa un personaje teatral profundamente herido, perdido, pero que, sin embargo, sigue creyendo que todo va hacia alguna parte, que tal vez tenga sentido. Su teatro se basa en la exposición de lo más vergonzoso y lo más profundamente oculto en el ser humano. Muchas veces el punto de partida de las piezas fueron adaptaciones de obras en prosa, lo que demuestra su sentido de captar lo dramático en la materia aparentemente poco escénica. Aún cuando decide poner en escena un drama, el guion del director rara vez se parece a la obra original del autor: es más frecuente que incluya otros textos en el original, que lo recorte, lo reorganice o vuelva a escribirlo de nuevo.Cuando en el año 2000 obtuvo uno de los premios culturales más prestigiosos de Polonia: el Pasaporte de la revista «Polityka»  en el campo de teatro– la justificación del veredicto era «por la perspicacia de lectura de la literatura del siglo XX en el teatro, por el lenguaje artístico original y la fuerza creativa»; al recibir el premio, el director asumió que esto era la prueba de que, aunque su teatro es introvertido, es posible ser entendido por el público. Un año más tarde, Miśkiewicz fue nombrado director artístico del Teatro Polski de Wrocław, una de las escenas más importantes del país. Su teatro evolucionó artistícamente durante este periodo. La realidad escénica refleja cada vez más el mundo que nos rodea, desprovisto de un punto de gravedad. Cambia la posición del protagonista. Mientras que en las primeras producciones era él quien convocaba el universo escénico, y nosotros lo mirábamos a través de sus ojos, en piezas posteriores vemos más bien cómo el mundo arremete contra el héroe de una manera cada vez más insistente y agresiva. Miśkiewicz experimenta con una nueva dramaturgia, sobre todo la de habla alemana, y sus proyectos se integran en la corriente del teatro posdramático. Entre 2008 y 2012, ejerce como director del Teatro Dramático de Varsovia (Teatr Dramatyczny w Warszawie) y lo transforma en uno de los lugares más originales del país. Las autoras Dea Loher y Elfriede Jelinek adquieren relevancia para este teatro, mientras el héroe y el espectador se enfrentan a los problemas más grandes del mundo contemporáneo: el terrorismo, los refugiados, la omnipotencia y la hipocresía de los medios de comunicación.

 En “El idiota”, de más de tres horas de duración y dividida en dos partes, el director presenta sus dos caras, la tradicional y la moderna, contando la historia de un mundo regido por el dinero, en el que la persona que actúa en contra de los intereses comerciales es tratada con indulgencia, como un necio inofensivo, precisamente un idiota.3.»El idiota» comienza aún antes de que los actores entren en el escenario. Para ocupar sus asientos, los espectadores tienen que pasar por el espacio de actuación. Este sencillo procedimiento provoca cierta intimidación y mete al público en el papel de un intruso, un visitante no muy bienvenido a este mundo. Además, lo cierra en el reducido espacio de la escena del Teatro Narodowy como en una jaula de la que no puede salir mientras dure la función. Hace también que el público se mire constantemente a sí mismo a través de un juego de espejos. Junto a la pared, hay cuatro bancos de madera pintada de blanco que provocan una asociación con una sala de espera en una estación de ferrocarril, en el rincón izquierdo (mirando desde el público) un piano, a la derecha una mesa parcialmente cubierta con un mantel blanco sobre el que han colocado desordenadamente un juego de porcelana blanca. Todo se completa con un suelo en blanco y negro y una silueta de un ángel blanco y un diablo negro. Bien-Mal. Infierno-Cielo.En este mundo estéril y ordenado aparecen caracteres no estériles y desordenados. Al principio, la diferencia entre el bien y el mal parece clara. Sin embargo, al final ya no es algo tan evidente. La extensa trama de la novela cuenta la historia del príncipe Myshkin, un joven epiléptico bueno e ingenuo que regresa del extranjero a Rusia, buscando en la patria y fe de los padres la salvación del desastre que está llamando a las puertas de la civilización occidental. En la casa de la esposa del general Yepánchin encuentra a Nastasia Filíppovna y a los hombres que están enamorados de ella o la desean. El príncipe Myshkin, imitando a Cristo, o simplemente fingiendo serlo, le propone el matrimonio y su amor, es decir, la salvación. Por desgracia, Rogozhin mata a Nastasia en un ataque de locura de amor. Myshkin, queriendo o sin querer, llega a ser un espejo para los demás, expone sus mentiras y mezquindad, obliga a la confrontación y conduce al desastre.Miśkiewicz nos introduce desde el principio en plena acción, combinando el salón de Nastasia Filíppovna (interpretada por Victoria Gorodetskaya) del día de su cumpleaños con el de la generala Yepánchina (Dominika Kluźniak). Es una especie de situación encontrada, los papeles están distribuidos. El director hace una operación interesante: minimiza toda acción escénica, priva a los actores de accesorios, les quita la posibilidad de esconderse y les hace hablar. Incrusta el texto de la novela con otras obras de Dostoyevski y permite que cada uno de los personajes se presente, también desde el lado oscuro, no necesariamente bueno. La compañía reunida en el salón de Nastasia practica un petit jeu, un juego en el que cada uno tiene que contar el acto más vergonzoso que haya realizado. Llegamos, pues, a conocer a la gente en un enfermo sistema erótico-afectivo-comercial, mitómanos y cínicos entre los que luce el excelente Jan Frycz como Totsky. El aristócrata puso sus miras en Nastasia cuando todavía era niña; responsabilisándose de su manutención y educación. Ahora, aburrido, quiere casarla(a cambio de un pago apropiado) para que él pueda casarse con la hija del General. Le siguen el paso Lébedev (Mariusz Benoit), el General (Mariusz Bonaszewski) y, sobre todo, Rogozhin (Mateusz Rusin) poseído por el deseo. En esta primera parte, el príncipe Myshkin (Paweł Tomaszewski) parece estar ausente. En primer plano aparece Nastasia Filíppovna, cruelmente consciente de las reglas que gobiernan este mundo, mujer sin ilusiones, infeliz, abusada y herida, embrollada en una relación tóxica con Totsky, a quien no sabe ni perdonar ni realmente odiar. Cuando al final de la primera parte revienta de ira y llama a las cosas por su nombre, mezcla el polaco con el ruso, socava las reglas del juego, destruye aquel mundo. 

La segunda parte de la obra es la realidad después de la catástrofe. Ya nada quiere formar un todo. El director permite ahora hablar al príncipe Myshkin. Cambiamos de perspectiva y vemos el mundo a través de sus ojos, y entendemos cada vez menos. En esta adaptación de «El idiota» se entretejen fragmentos de obras filosóficas de Nikolái Berdiáyev y Nikolái Fedórov. Nastasia no supo creer en el amor y la bondad y no logró salvarse. De hecho, nadie en este mundo puede quedar a salvo. Poco a poco, la oscuridad se apodera del escenario y los contornos de la realidad, tan marcada hasta ahora, se vuelven borrosos. En el estrecho portal sobre la pared trasera, como una ancha barra de noticias de última hora, se desliza la proyección del cuadro “Cristo en la tumba” de Hans Holbein el Joven. Myshkin hace un monólogo sobre Moscú como la tercera Roma y la Ortodoxia que va a salvar el mundo, pero ya nadie lo cree, probablemente ni siquiera él mismo. En el escenario ya sólo queda él, de espaldas al público, y su reflejo en el espejo. Entre los dos, hay una fila de finísimas velas de cera, encendidas. El príncipe ya no se puede ver ni en los ojos de los demás, ni a través de los ojos de los demás, se queda solo.

Trad. Ana Szoc
«El idiota», Fedor DostoievskiDirección: Paweł MiśkiewiczFecha del estreno: 11 de febrero de 2017 Teatro Narodowy de Varsovia

Más información:http://www.culturapolaca.es/es,wydarzenia,1707.html

JOANNA BIERNACKA

Graduada en teatro por la Universidad Jagellónica de Cracovia. Ha trabajado en varios teatros de Kalisz, Wroclaw y Varsovia como dramaturga, directora literaria y responsable de promoción y contratación. En la actualidad es coordinadora de proyectos en el Instituto Teatral Zbigniew Raszewski de Varsovia. Para la Asociación de Autores ZAIKS edita el boletín «ZAiKS. Teatr». Co-organizó el Festival Internacional de Teatro DIALOG–WROCŁAW, uno de los festivales de teatro más importantes de Polonia. Así mismo, coordinó la segunda edición del Festival Internacional de Teatros Nacionales Spotkania de Varsovia; fue docente en la Universidad de Wrocław, en la Academia de Bellas Artes de Wrocław y en la Universidad Cardenal Stefan Wyszyński de Varsovia. Fue miembro del equipo editorial de las revistas teatrales “Didaskalia” y “Dialog”. Ha publicado en medios como «Dziennik Polski», «Notatnik Teatralny», «Teatr Lalek», «Teatr» así como en «Alternativas Théâtrales» y «ADE Teatro».

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