Muchos de ellos fueron enviados a campos de prisioneros de guerra a la espera de nuevas decisiones. En la primavera de 1940, Stalin firmó una orden para ejecutar a cerca de 22.000 polacos, 15.000 de ellos eran prisioneros de guerra, entre ellos, oficiales, policías y miembros del cuerpo de protección de fronteras de tres grandes campos: Kozelsk, Starobelsk y Ostashkov.
En abril de 1940 comenzó el transporte de prisioneros a los lugares de ejecución. Los de Kozelsk fueron llevados a Katyń, donde fueron asesinados por oficiales del NKVD con un tiro en la nuca a lo largo de las semanas siguientes. Sus cuerpos fueron enterrados en fosas comunes.
Después de que Hitler rompiera el Pacto Ribbentrop-Molotov y atacara a la URSS en el verano de 1941, estas tierras quedaron bajo ocupación alemana. En la primavera de 1943, los alemanes hicieron público el descubrimiento de las tumbas de oficiales polacos en Katyń. Stalin negó desde el principio el hecho de que hubieran sido asesinados por los rusos, culpando al Tercer Reich, lo que se convirtió en la versión oficial de la propaganda soviética durante las siguientes cinco décadas. También en la Polonia de posguerra, controlada por la URSS, se prohibió oficialmente hablar de la responsabilidad soviética en Katyń y hablar sobre ello era fuertemente penalizado por las autoridades. Sólo después del colapso del comunismo los rusos revelaron documentos de los que se desprende su indiscutible autoría.
El crimen de Katyń y la posterior mentira evidencian el modo de funcionamiento de los sistemas totalitarios: el poder de la omnipresente propaganda, la violencia injustificada contra individuos o grupos considerados enemigos del sistema y el desprecio por la dignidad y la vida humanas. Hoy, más que nunca, deberíamos reflexionar sobre estos trágicos acontecimientos del pasado y aprender de ellos.
Fot.: Museo de Katyń, Varsovia. © Mariusz Cieszewski / www.polska.pl