Estos días en Polonia se conmemora el 80º aniversario de la masacre de Katyń. El nombre de este pequeño pueblo en el oeste de Rusia se ha convertido en uno de los símbolos de la crueldad, el lugar donde se perpetró un asesinato en masa que tuvo un impacto poderoso y duradero en la memoria colectiva. Pero la aniquilación de unos 4.400 oficiales y alféreces polacos —la mayoría de ellos reservistas con carreras académicas— por la policía secreta de Stalin en la primavera de 1940 fue mucho más que un crimen de guerra. El nombre del pueblo representa el intento de Stalin de exterminar a la élite estatal de Polonia, para extender su sistema totalitario de la Unión Soviética a Polonia. La orden del Kremlin no solo afectó a Katyń, sino también a otros lugares donde murieron, en total, unos 25.000 oficiales e intelectuales polacos.
Katyń también representa la mentira como un elemento central del sistema construido por Lenin y Stalin, que puso patas arriba todas las categorías morales: los que hablaban de la autoría soviética eran perseguidos como calumniadores, castigados y, en el peor de los casos, liquidados. Sobre todo a causa de la mentira de Katyń, el sistema impuesto por Moscú por la fuerza, llamado socialismo, no pudo instaurarse en la sociedad polaca. En la República Popular de Polonia controlada por la Unión Soviética, la lucha por la «verdad sobre Katyń» se convirtió en una constante del movimiento disidente y democrático, del que surgió el sindicato Solidarność. A esta lucha se le dio un carácter sagrado y se consideró a Katyń el lugar donde el mal absoluto (el poder estalinista) destruyó el bien, exterminando la flor de la nación polaca. Este acontecimiento se convirtió aún más en un mito cuando el avión presidencial polaco se estrelló cerca de Smolensk en 2010, en su camino hacia la conmemoración del septuagésimo aniversario de la masacre de Katyń.
En 1943, tres años después de las ejecuciones, los soldados de la Wehrmacht descubrieron las fosas comunes en el bosque de Katyń, siguiendo las indicaciones de la población local. El Ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, dio la orden de una gran campaña de prensa, que se dirigía principalmente a los americanos y los británicos. La campaña alemana tenía como objetivo romper la alianza de los aliados occidentales con la Unión Soviética. Pero tanto Washington como Londres ignoraron oficialmente la campaña, que denunció a los soviéticos como los autores de Katyń.
Tanto el Primer Ministro británico Churchill, como el Presidente de los EE.UU. Roosevelt, optaron por la realpolitik: la coalición anti-Hitler no debía peligrar bajo ninguna circunstancia y, por consiguiente, aislaron al gobierno polaco en el exilio. En la memoria colectiva de los polacos, esta actitud quedó como algo cínico e inmoral, una traición que precedió a la aún mayor de Yalta, cuando las potencias occidentales aprobaron el futuro poder de Stalin sobre Europa oriental antes del final de la guerra. Los documentos evidenciaron una imagen más diferenciada: Roosevelt y sus consejeros más importantes, cegados y algo ingenuos, estaban firmemente convencidos de la sinceridad de Stalin («Tío Joe»). En contraste con ellos, Churchill no se hacía ilusiones sobre el carácter y los objetivos del régimen soviético. Pero él y sus expertos en la Europa del Este no tenían una imagen clara de lo que había sucedido en Katyń. Recibieron los informes alemanes con escepticismo, porque fue el ministro de Propaganda, Goebbels, conocido por sus gigantescas mentiras, quien impulsó la campaña de Katyń. Además, los expertos británicos se dieron cuenta inmediatamente de que Goebbels quería abrir una brecha entre los Aliados.
La Unión Soviética acusó a los alemanes del crimen, y los principales periódicos americanos y británicos creyeron en esta versión. Por otra parte, el gobierno polaco en el exilio exigió una investigación de la Cruz Roja Internacional, lo que llevó a Stalin a romper las relaciones diplomáticas con los dirigentes legítimos polacos, y a establecer un régimen comunista títere destinado a tomar el control en Polonia. Las mentiras del Kremlin sobre Katyń se encuentran, por lo tanto, entre los inicios del régimen comunista de Polonia, que la gran mayoría de la ciudadanía siempre ha rechazado.
No fue hasta el 50º aniversario del asesinato en masa que el entonces Secretario General soviético Mijaíl Gorbachov admitió, en abril de 1990, que los polacos habían sido asesinados por la policía secreta de Stalin. En nuestros días, el Kremlin dirigido por Vladimir Putin intenta construir una comunidad de víctimas ruso-polaca: se argumenta que en el bosque de Katyń están enterrados muchos más ciudadanos soviéticos asesinados en la era de Stalin que el número de oficiales polacos asesinados en dicha matanza. Sin embargo, en Polonia estos discursos de Putin no se consideran como un paso hacia la reconciliación, sino como un intento de negar la responsabilidad de Rusia como sucesora legal de la Unión Soviética.
Thomas Urban (1954) es corresponsal del diario alemán Süddeutsche Zeitung desde 1988. Durante veinticuatro años informó desde Varsovia, Moscú y Kiev sobre la gran transición en la Europa del Este. Desde 2012 ha sido corresponsal en Madrid del mismo diario. Es autor, entre otros, del libro «La matanza de Katyn», publicado por Esfera de los Libros en 2020.
http://www.esferalibros.com/libro/la-matanza-de-katyn/