Cartel polaco
El cartel polaco en el siglo 21
Un buen cartel artístico debe estar compuesto por numerosos elementos. Su función principal es, sin duda, la publicitaria: atraer la atención y transmitir información. Basado en una idea original y un proyecto interesante, el cartel debe –a través de la imagen, el signo gráfico y un lenguaje sencillo– comunicar instantáneamente un mensaje a los transeúntes, de un modo en el que su contenido genuino pueda ser correctamente interpretado. Por una parte, el cartel debe transmitir el “ambiente” del tema al que está dedicado, y por otra –mediante la belleza, el humor, el color, la gracia u otros elementos– atraer la vista y enfocar la atención del receptor, permitiéndole asimilar plenamente las intenciones del anunciante.
Estos objetivos únicamente pueden alcanzarse manteniendo las proporciones adecuadas entre los elementos que conforman el cartel artístico, siendo necesario además que la colaboración entre el contratante, el diseñador, el impresor y el fijador de carteles se desarrolle correctamente. Es muy posible que, en un futuro próximo, los carteles impresos en papel sean sustituidos por imágenes visualizadas sobre pantallas casi planas, lo que llevará a la desaparición de los dos últimos eslabones de la cadena: el impresor y el fijador de carteles. No obstante, los contratantes deben confiar siempre en los diseñadores, y éstos a su vez han de estar debidamente cualificados para realizar su trabajo. Se trata pues de una profesión exigente, y el papel de la publicidad es extremadamente importante. Contrariamente a los pintores de caballete o grabadores, quienes disfrutan habitualmente de una libertad ilimitada, pudiendo dar rienda suelta a su imaginación, los diseñadores de carteles trabajan dentro de unos límites derivados de la temática y la recepción.
Se espera que produzcan obras audaces y originales, de una calidad estética elevada, susceptibles de ser reproducidas mediante la imprenta y que hagan reaccionar vivamente a los transeúntes. Es muy fácil fracasar en el intento, y sólo alcanzan el éxito aquéllos que poseen el don de captar y resolver los problemas con grandes dosis de intuición y comprensión. Son precisamente las obras de estos autores, manifestación de su genio creador, las que merecen el calificativo de artísticas.
Me he dado cuenta recientemente de que ha transcurrido ya medio siglo desde que se dio a conocer ese fenómeno a escala mundial denominado Escuela Polaca del Cartel. Su fama se debe, por una parte, al trabajo de un equipo de docentes polacos formados en la época anterior a la segunda guerra mundial, y por otra, al de los jóvenes adeptos al arte de cartel, cuya iniciación se produce a mediados de los años cincuenta. El cartel polaco continúa hoy en día disfrutando de un gran reconocimiento, tan afianzado –a pesar de que muchos artistas que contribuyeron a su formación ya no están entre nosotros– que las personas con conocimientos medios del tema tienden a atribuir a cualquier buen creador de carteles polaco la pertenencia a la citada escuela. En numerosas ocasiones escucho a personas procedentes de todo el mundo expresar opiniones halagadoras sobre este fenómeno tan genuino, sin ser conscientes de que, para quienes lo vivimos de cerca, finalizó a finales de la década de los setenta.
Debemos recordar que hoy en día los carteles son creados y funcionan en un medio completamente distinto al que hace años favoreció su desarrollo y determinó su forma. Por otra parte, la cultura visual de la sociedad está sujeta a una evolución continua. Sin embargo, mis interlocutores, sobre todo los jóvenes, se dan cuenta de que el cartel artístico polaco es distinto del que están acostumbrados a ver en sus países. Siempre despierta su interés, por su aire con frecuencia misterioso y por su capacidad de provocar vivencias estéticas. Nuestra postura es más crítica, porque sabemos lo que hemos perdido (me refiero sobre todo al cartel cinematográfico).
En opinión de los distribuidores, el cartel cinematográfico artístico ha dejado de lado su función publicitaria, encaminada a influir en las decisiones de los posibles espectadores, debido a que su valor artístico, muchas veces basado en una interpretación excesivamente libre, no ha podido suplir con éxito la falta de información concreta. Personalmente, no comparto este argumento: recuerdo muy bien cómo, en numerosas ocasiones, carteles muy logrados artísticamente me arrastraron a ver películas de poco valor. Sin embargo, no estoy seguro de que, de haberse tratado de carteles fotográficos, no se me habrían quitado instantáneamente las ganas de ver la película, como me ocurre hoy habitualmente.
Nuestro entorno está cambiando continuamente. Varían las exigencias de los contratantes, las necesidades, los que toman las decisiones y los patrocinadores. Cambia el ritmo de vida, los estilos y los gustos, y, consecuentemente, cambia también el cartel, para el disgusto de sus antiguos admiradores. Sin embargo, parece difícil que el cartel pueda seguir siendo en la actualidad como fue en la época del triunfo de creadores –ya fallecidos– tales como Tomaszewski, Zamecznik, Lenica, Cieślewicz o Młodożeniec, del mismo modo que los carteles de Bartłomiejczyk, Gronowski, Trepkowski o Skolimowski eran distintos de los de Axentowicz, Frycz, Mehoffer o Sichulski.
Así las cosas, podemos preguntarnos: ¿es realmente ofensivo para la Escuela Polaca del Cartel afirmar sobre un buen artista contemporáneo que sus obras comparten el espíritu de dicha Escuela?
Deberíamos enorgullecernos de que el cartel polaco goce de una buena salud y sea apreciado también en el extranjero. Si bien es cierto que su forma actual difiere de la de hace veinte o treinta años, en esto precisamente, entre otros factores, consiste el progreso. Tenemos la suerte de haber disfrutado ya de varios decenios de paz, ajenos al cataclismo de las guerras. En la actualidad viven y crean sus obras artistas pertenecientes a diferentes generaciones, de ahí la gran variedad de estilos. Por lo demás, al igual que antes, el cartel expresa una realidad cambiante, constituye el espejo de una época en la cual los artistas gráficos polacos, que se sirven de técnicas cada vez más novedosas a la hora de crear sus carteles, podrían clasificarse en dos corrientes tradicionales: la intelectual y la emocional. La primera, a través de un trabajo de síntesis y metáfora pretende suscitar en el receptor un pensamiento autónomo, mientras que la segunda, de un carácter predominantemente pictórico y emotivo, se remite a la tradición artística y cultural polaca, actuando poderosamente sobre la imaginación del espectador.
Hemos entrado en el siglo XXI con un cartel artístico que, por una parte, se revela como el heredero de las mejores tradiciones forjadas en el siglo anterior, y por otra, apunta a una búsqueda y se muestra abierto al conjunto de las tendencias mundiales del momento. Como bien sabemos todos, el cartel debe cumplir determinados requisitos fundamentales: ser útil y representar un valor artístico, y, a la vez, mantenerse al corriente de la vida.
No es mi intención analizar y evaluar en detalle la obra de los creadores de carteles polacos en los primeros años del nuevo siglo. En cambio, sí aspiro, en la medida de lo posible, a presentar de un modo objetivo la creación tanto de los recién llegados al arte de cartel como de sus veteranos, con el fin de documentar el desarrollo del cartel artístico y de sus autores, señalizando fenómenos que probablemente tan sólo seamos capaces de valorar adecuadamente desde una cierta perspectiva del tiempo.
El período de los últimos diez o veinte años corresponde en Polonia a una época poco favorable al arte cartelístico. Otros medios, que representan su competencia, niegan prácticamente su sentido y valor. Pero, ¿no había sucedido esto ya en el pasado? Basta con hojear publicaciones y artículos de hace varios decenios y también algunas mucho más recientes. Ha habido numerosos profetas que anunciaron el fin del cartel. ¿Es cierto que el cartel esté condenado a extinguirse? Quisiera plantear esta pregunta a través de una selección de obras creadas en los primeros años del nuevo siglo, que se ofrece en el presente volumen.
Estamos asistiendo en la actualidad al implacable avance del arte contemporáneo, que ya no se contenta con el uso de lápiz, pincel, dintel, papel, pintura y escayola, sino que reclama el apoyo de costosos equipos de vídeo, proyectores de imagen, ordenadores y otros aparatos electrónicos, y lo hace a codazos, con insistencia y agresividad, que calificaría incluso de desfachatez. Exige grandes sumas de dinero, fondos para publicidad y directivos hábiles. Se hace acompañar obligatoriamente del escándalo; es como la vida y la política que nos rodean. También el cartel se deja seducir a veces por esta tendencia provocadora, aunque la presencia de este fenómeno en su imagen global es marginal. En los últimos años las artes aplicadas en raras ocasiones van asociadas al ambiente de escándalo que acompaña constantemente a las exposiciones del arte polaco más reciente , si bien podemos estar seguros de que esta imagen amable no facilita la entrada en las salas de exposiciones.
Por otra parte, el cartel, a pesar de su enorme valor como elemento formador de la cultura visual de la sociedad, se encuentra ahora en una situación más difícil que en años precedentes. Sus competidores comerciales de buena gana lo eliminarían completamente, para poder invadir también aquellos espacios culturales que tradicionalmente han estado reservados para el cartel. En los últimos años, la función del cartel en el mercado de la información se ha visto profundamente polarizada. El puesto más destacado dentro de este espacio corresponde al cartel comercial, cuya función es la publicitaria, dominio de grandes empresas, capaces de contratar a todo un plantel de empleados, generalmente anónimos. Ello se traduce en unos costes muy elevados y, consecuentemente, en un precio considerable, que los contratantes se ven obligados a aceptar. Según este enfoque, la creación de carteles no exige ya intuición artística, sino que consiste en la aplicación de determinados principios de producción y manipulación, a los que se pretende dotar de un carácter científico, encaminados fundamentalmente a fomentar la demanda. Nos referimos aquí tanto a las vallas publicitarias como a otros formatos tradicionales, mediante los que se anuncia el lanzamiento de nuevos productos y servicios. Su “calidad” es similar a la de otros carteles de este tipo presentes en todo el mundo.
A su lado está el cartel publicitario menos ambicioso, creado por encargo de entidades cuyas posibilidades económicas están a la altura de sus escasas exigencias técnicas, y cuya confección se encarga a “fabricantes” de diseños baratos, en mi opinión carentes de ambición y preparación técnica. Son precisamente estas “obras” las que contaminan especialmente nuestro espacio, aunque no se trata de un fenómeno nuevo: ha sido así desde la aparición del cartel, según describió magistralmente Jan Wdowiszewski en su catálogo publicado a finales del siglo XIX .
Debido a la actuación de las empresas distribuidoras de cine, asistimos a una situación similar en el área de la publicidad cinematográfica, que también recibe un tratamiento muy comercial. El cartel cinematográfico actual viene a ser un calco realizado a partir de un modelo fotográfico enviado por el productor de la película, habitualmente procedente de Hollywood.
Debemos reconocer –con gran pena– que nuestro cartel cinematográfico independiente, la perla más preciada del arte cartelístico polaco en el siglo XX, se ha convertido en una manifestación artística minoritaria, debido a la comercialización reinante en el mercado de cine. Hoy en día resulta difícil persuadir a los distribuidores para que consideren una alusión a la tradición en este aspecto, por mínima que sea, cosa que sólo se consigue algunas veces en el caso de películas polacas (Górska, Skakun, Kubica, Pągowski).
Tampoco lo tiene fácil el cartel en el área de deporte y turismo. Los patrocinadores exigen cada vez más espacio para sus logotipos, aniquilando con frecuencia la idea artística del creador.
El cartel social o político, que recibía antaño un fuerte apoyo económico por parte del estado, tampoco cuenta ya con este tipo de ayudas. Predomina en dicha modalidad el cartel de autor, de carácter independiente y espontáneo, subvencionado en ocasiones por alguno de los pocos organismos activos en dicha área, tales como Instytut Ochrony Pracy [Instituto de Protección del Trabajo], diversas instituciones benéficas, ecológicas, etc.
El cartel cultural es el que ha conservado tradicionalmente la posición más fuerte. Las exposiciones, festivales, conciertos, producciones teatrales, ópera, concursos, etc., contratan por regla general –además de otras formas de publicidad– proyectos de carteles de prestigio. Las obras resultantes son normalmente carteles de autor, en pequeño formato, modalidad en la cual intentan demostrar su valía estudiantes y graduados de escuelas de arte, es decir, personas que cuentan con la adecuada preparación teórica y práctica para dedicarse a la difusión de la cultura y formación del espacio que nos rodea. “En los carteles artísticos, en tanto que elemento presente en las calles, encuentra el público la primera oportunidad para manifestar su compromiso con la faceta estética de la vida pública, más aún teniendo en cuenta que antiguamente los carteles transgredieron gravemente en ciertas ocasiones las normas elementales del buen gusto y la decencia” , leemos en otra obra del ya mencionado Jan Wdowiszewski.
Numerosos teóricos de la publicidad acusan al cartel artístico de haber desarrollado en exceso el aspecto visual, afirmando que lo que cuenta en la publicidad actual es el diseño puro. Este juicio, en mi opinión, resulta excesivamente radical: está claro que una cosa no perjudica a la otra. Nos encontramos permanentemente bombardeados por los diferentes medios de comunicación, a veces de un modo muy agresivo. La monotonía en la publicidad visual, pese a su mensaje sencillo e inequívoco, provocaría un efecto de fatiga, pudiendo incluso impedirnos distinguir entre las diferentes campañas publicitarias.
El cartel consiste en una combinación de texto verbal e imagen. Una imagen interesante atrae atención, y el texto verbal permite extraer una información correcta. El cartel artístico desempeña pues, en el mercado actual, un papel estimulador, permitiendo que nuestros ojos respiren imágenes. Si bien es cierto que el camino que tiene que recorrer este tipo de cartel –desde el momento en que se produce el encargo, pasando por el proceso de ejecución, hasta que finalmente llega a la calle– resulta incomparablemente más difícil que el del cartel comercial, respaldado por grandes sumas de dinero, hay que destacar que el cartel artístico cuenta con una buena recepción por parte del público. Tampoco es problemático el hecho de que proceda del área de diseño de calidad, dado que el cartel también es imagen, y ésta, la mayoría de las veces, corresponde a una interpretación personal de un tema determinado. Éste es precisamente el factor que nos permite distinguir entre los diversos creadores, al reflejar la personalidad propia de cada uno. Así es como diferenciamos los carteles de Kubica de los de Stępień, los de Wałkuski de los de Adamczyk, los de Górowski de los de Pluta o los de Bogusławski de los de Kalarus. Podríamos prolongar esta lista casi infinitamente, ya que el número de diseñadores en activo siempre ha sido imponente en nuestro país, situación que se mantiene hasta hoy.
El cartel artístico es considerado desde hace tiempo como una disciplina autónoma del arte. La enseñanza del arte de cartel está integrada en los planes de estudios de las facultades de diseño, presentes en diversas escuelas superiores de arte. Desgraciadamente, este hecho no siempre se ve reflejado, en términos globales, en el medio que nos rodea. Al comentar la condición actual del cartel, a los críticos les gusta remitirse a la situación de hace más de diez, o incluso varias decenas de años. No obstante, tienden a olvidarse de la realidad de aquella época, cuando el cartel comercial prácticamente no existía. Su reducidísima incidencia se limitaba al apoyo a la exportación, y cuando hacía alguna aparición esporádica en el mercado nacional, se encontraba sujeto a las mismas normas que regulaban la producción de otras obras. La censura política y artística no permitía imprimir carteles de bajo valor artístico o social, sin embargo, no interfería en absoluto en el mensaje artístico. En cambio, actualmente cualquiera –incluso sin estar en absoluto capacitado para ello– puede convertirse en autor de un cartel impreso, si consigue que alguien le contrate. Cualquiera puede –aunque tan sólo sea para sus propias necesidades– realizar un diseño mejor o peor, imprimir el cartel y difundirlo, con la única condición de no atentar contra el patrimonio y la dignidad personal de sus conciudadanos. Hoy en día los únicos censores son los contratantes, de modo que su cultura personal determina lo que nos encontramos en los postes o vallas publicitarias. Lamentablemente, este grupo rara vez recurre a la experiencia de creadores con buena formación. Por ello a la hora de evaluar la situación actual no podemos emplear los mismos criterios que antes.
Los competidores del cartel en el mercado publicitario promueven la idea de que el cartel artístico, particularmente en su vertiente pictórica, es anacrónico y no tiene cabida en la publicidad visual contemporánea, que tiende a unificarse mediante Internet, la globalización y las tendencias de diseño internacionales. Se afirma asimismo que el cartel no debe poseer rasgos individuales, cuando es precisamente esta aproximación personal y creativa lo que nos permite evaluar los ambientes de artistas y diseñadores y distinguir unas escuelas de otras: la polaca de la japonesa, la americana de la iraní o la suiza de la cubana.
Joanna Górska/Jerzy Skakun
El talento y las habilidades técnicas del artista son los principales factores que determinan la calidad del cartel, calidad que sería difícil negar a los creadores polacos. Desde hace varios decenios –dos como mínimo– observo diariamente la admiración en los ojos de los extranjeros que, visitando Cracovia, pasan por mi galería de cartel polaco. Acuden estudiantes, profesores, hombres de negocios, políticos, críticos de arte, periodistas, actores, músicos o simplemente turistas, deseosos de comprobar la veracidad de lo que han oído acerca de la calidad del cartel polaco. Sucede con frecuencia que la confrontación con la realidad supera sus expectativas. La opinión positiva expresada en los folletos y guías extranjeros, que proponen a los turistas una visita a la galería del cartel –que con ciertas dosis de malicia podría calificarse de reserva, puesto que no encontraremos en ella carteles comerciales, predominantes en las calles– se ve confirmada in situ. Lo mismo se refiere al Museo de Cartel en Wilanów (Varsovia) así como a otras galerías y anticuarios cuyas colecciones incluyen carteles.
La situación es distinta en la calle, que constituye el medio natural del cartel. Una de las características del cartel en tanto que forma artística es su volatilidad: los fijados hoy mañana aparecerán tapados por otros nuevos. Gozan de una vida más larga en la calle aquéllos dotados de mayores fondos, que hoy en día son precisamente los comerciales. En ocasiones su vida se prolonga tanto que llega a producir indiferencia en el receptor, aunque es posible que –de acuerdo con los preceptos comerciales– sea justamente de lo que pretenda. Los carteles relacionados con la cultura y el arte o los carteles sociales son como mariposas, de vida bella y corta. La brevedad de su existencia en la calle se ve posteriormente compensada por una larga permanencia –a modo de mariposas disecadas en expositores de cristal– en galerías, museos, exposiciones, muestras, concursos o colecciones, e incluso como elemento decorativo en interiores particulares. Están presentes también en los decorados de numerosas películas, aunque los distribuidores tienden a minusvalorar el peso del cartel en la publicidad.
Esta publicación está dedicada precisamente al cartel artístico. Las vallas publicitarias y los anuncios de baja calidad no son capaces de despertar el mismo interés. Y a pesar de que hoy, al igual que hace diez, treinta o cincuenta años, se pregona el ocaso del cartel en nuestro país y su desaparición en todo el mundo, atribuyéndolo al nuevo ritmo de vida y los nuevos medios de comunicación, tales como la televisión, el Internet o la telefonía móvil, el cartel sigue vivo, en contra de todos estos pronósticos poco optimistas.
En la Polonia actual los creadores de carteles se forman sobre todo en las Escuelas Universitarias de Bellas Artes en Varsovia, Cracovia, Katowice, Łódź, Wrocław, Poznań y Gdańsk, así como en otros centros de enseñanza superior que cuentan con facultades de Arte, como Katowice, Cracovia, Poznań, Rzeszów, Szczecin, Toruń y Varsovia. Los ambientes creativos tienden a concentrarse en centros universitarios. Varsovia, que bajo el anterior régimen político albergaba el centro incuestionable de creación y edición (en aquella época todo estaba dirigido de un modo centralizado, hasta la distribución del papel para imprenta), ha perdido hoy su monopolio. Es posible observar que en Cracovia existen varias decenas de buenas imprentas, que colaboran diariamente con varias decenas de diseñadores gráficos y numerosas agencias de artes gráficas. Lo mismo ocurre en otras grandes ciudades. Una parte de los artistas gráficos polacos –creadores y diseñadores– una vez finalizados los estudios superiores permanecen unidos a sus universidades de origen, mientras otros son contratados por agencias de publicidad. Finalmente, numerosos graduados superiores en Arte trabajan por cuenta propia como creadores y diseñadores independientes.
El cartel, y los artistas que le dan vida, están continuamente sometidos a evaluación por medio de diversos concursos, muestras y exposiciones, nacionales e internacionales. Los eventos más importantes de esta clase, en Polonia, son la Bienal del Cartel Polaco en Katowice, la Bienal Internacional del Cartel en Varsovia, la Bienal Internacional del Cartel de Teatro en Rzeszów, el Festival del Cartel en Cracovia, la Muestra del Cartel Museístico en Przemyśl, el Salón del Cartel organizado por el Museo del Cartel en Wilanów, o el evento dedicado al Cartel Tipográfico en Toruń.
Entre los lugares donde podemos encontrarnos siempre con carteles polacos (además de los postes publicitarios) están también las galerías en Cracovia, Varsovia o Poznań, las oficinas municipales destinadas a la organización de exposiciones artísticas, los museos y los teatros. Fuera de Polonia, nuestro cartel está presente en los Institutos Polacos de Cultura, pertenecientes al Ministerio de Asuntos Exteriores, así como en distintas galerías de Berlín, Helsinki o Nueva York. La información acerca del cartel polaco, sus creadores, exposiciones, concursos, etc., puede complementarse gracias a las numerosas páginas web dedicadas a este tema, entre las cuales destaca www.posterpage.ch, cuidadosamente editada por René Wanner, un amigo de Suiza.
¿Qué es lo que distingue ya a primera vista los carteles contemporáneos de sus predecesores del siglo pasado? El primer elemento que se aprecia es la irrupción de la publicidad de los patrocinadores, empeñados en aparecer en los carteles de otros, como si no pudieran encargar sus propios carteles publicitarios y colocarlos donde los plazca. En ocasiones sus logotipos son tan grandes que no se sabe si es más importante el evento en sí o su patrocinador. Esta situación preocupa tanto a los diseñadores de carteles como a los organizadores de eventos culturales. He renunciado a propósito a presentar estos carteles en esta publicación, porque considero que el proyecto del artista debe valorarse por encima de otros factores.
Está también la cuestión de la libertad creativa del artista. Si bien en la mayoría de los casos el contratante suele aceptar la imagen en sí, tiene normalmente una opinión propia en cuanto al tamaño y tipo de letra, por lo cual al creador le es cada vez más difícil llevar a buen fin su idea de composición de imagen y texto. Las distorsiones saltan a la vista. Por ello nuestra vista capta los buenos carteles al momento, más aún cuando los carteles que nos encontramos en la calle tienden a parecerse mucho, a pesar de haber sido realizados por autores diferentes.
¿Han hecho ya su aparición personalidades nuevas de artistas jóvenes? Resulta difícil contestar a esta pregunta de un modo unívoco. Cada generación cuenta con sus representantes y es muy complicado presentar en una sola publicación a todos los creadores. Mi selección se ha visto limitada forzosamente a varias decenas de personas, optando por mostrar un número mayor de obras de cada uno de ellos.
Los veteranos de la Escuela Polaca del Cartel, grupo del que ya quedan pocos, están representados por Tadeusz Grabowski, Franciszek Starowieyski, Rosław Szaybo y Waldemar Świerzy.
Del colectivo de docentes dedicados también al diseño –en el cual incluyo tanto a los profesores de más edad como a sus colegas más jóvenes– se presentan obras de artistas tales como Mirosław Adamczyk, Krzysztof Białowicz, Tomasz Bogusławski, Justyna Czerniakowska, Piotr Garlicki, Mieczysław Górowski, Wiesław Grzegorczyk, Małgorzata Gurowska, Sławomir Iwański, Michał Jandura, Zygmunt Januszewski, Ryszard Kajzer, Roman Kalarus, Michał Kliś, Dawid Korzekwa, Sebastian Kubica, Piotr Kunce, Ireneusz Kuriata, Zbigniew Latała, Lech Majewski, Grzegorz Marszałek, Marian Nowiński, Bogna Otto-Węgrzyn, Marian Oslislo, Władysław Pluta, Eugeniusz Skorwider, Max Skorwider, Kuba Sowiński, Jacek Staniszewski, Monika Starowicz, Mieczysław Wasilewski, Marcin Władyka y Leszek Żebrowski. Se trata de un grupo muy numeroso, pero es precisamente de ellos de quienes depende en mayor medida cómo es y cómo será el cartel en el futuro.
Los artistas autónomos independientes de estatus reconocido están representados por Jerzy Czerniawski, Ryszard Kaja, Wojciech Korkuć, Piotr Młodożeniec, Marek Pawłowski, Andrzej Pągowski, Wiesław Rosocha, Wiktor Sadowski y Wiesław Wałkuski; por otra parte están sus colegas debutantes en el área del cartel, Józef Bendziecha y Joanna Remus-Duda.
Al grupo de artistas polacos que realizan sus proyectos tanto en el país como en el extranjero pertenecen Michał Batory, Lex Drewiński, Rafał Olbiński y Leszek Wiśniewski.
En cuanto a la generación más joven, he seleccionado una muestra relativamente numerosa de artistas, que se presenta muy dignamente entre los maestros de reconocido prestigio. Muchos han debutado ya con éxito en el foro internacional, entre ellos Elżbieta Chojna, Joanna Górska, Piotr Kossakowski, Michał Książek, Michał Minor, Szymon Saliński, Jerzy Skakun, Jakub Stępień o Elżbieta Wojciechowska. Otros todavía esperan su oportunidad, por ejemplo Rafał Drzycimski, Sława Harasymowicz, Wojciech Kołek, Karolina Michałowska, Aleksandra Naparło o Weronika Ratajska. Espero que también Stefan Lechwar, Bartosz Łukaszonek y Ewa Pluta se unan a éstos en breve.
Las reproducciones que se ofrecen en las páginas de este volumen demuestran sin lugar a duda que el nivel general del cartel polaco es muy alto, y que algunos fenómenos destacados del arte contemporáneo tienen sus raíces precisamente en el cartel.
Con el fin de evaluar adecuadamente el valor del cartel debemos comprender sus objetivos y limitaciones, dado que ninguna disciplina artística puede considerarse exitosa mientras no consiga el efecto pretendido, mediante el uso de unos medios considerados correctos, justificados y tan económicos como lo permitan las limitaciones propias del objeto.
He aquí el cartel polaco del principio del siglo. Al tomar conciencia de su evolución, a lo largo del siglo pasado, y considerando el ritmo de los cambios que continuamente nos acompañan, resulta difícil imaginarse cómo será el cartel hacia finales del siglo actual, y si el cartel en forma impresa sobre papel está realmente condenado a desaparecer.
Krzysztof Dydo
Galeria Plakatu – Poster Gallery
El artículo forma parte del álbum: «El cartel polaco del siglo XXI», Galeria Plakatu, Cracovia 2008