11.11.2018 Historia

La Polonia de Entreguerras, cuna de las vanguardias artísticas y literarias

En 1918 finaliza la Primera Guerra Mundial y Polonia recupera su ansiada independencia, que había sido cruelmente arrebatada por Austria, Rusia y Prusia en 1795. En este contexto de búsqueda y experimentación artística, nuevos aires parisinos inspiran al simbolista Xawery Dunikowski una nueva manera de aplicar el cubismo a las formas escultóricas.

En 1918 finaliza la Primera Guerra Mundial y Polonia recupera su ansiada independencia, que había sido cruelmente arrebatada por Austria, Rusia y Prusia en 1795. En este contexto de búsqueda y experimentación artística, nuevos aires parisinos inspiran al simbolista Xawery Dunikowski una nueva manera de aplicar el cubismo a las formas escultóricas. 
Y es que las aspiraciones de superar el estancamiento artístico que supuso la Gran Guerra se reavivaron en los años 1917-18. Conviene destacar la participación activa de las mujeres en la vida intelectual, el origen judío de muchos de sus protagonistas y el carácter polifacético de los artistas polacos. Así, muchos pintores también escriben, como Rafał Malczewski, y viceversa. 
Es en el período de entreguerras cuando emergen tres grupos con una orientación ideológica innovadora: los expresionistas polacos o formistas (1917-1922), los “rebeldes” del grupo Bunt (1917-1922) y el movimiento judaizante conocido como “Jung Idysz” (1919-1923).
De esta manera, un grupo de artistas que se llamaban a sí mismos expresionistas polacos se establece en Cracovia y en 1919 adopta el nombre de” formistas”. Su primer gran objetivo fue la creación de un estilo nacional moderno. Con ese fin, buscan inspiración en las corrientes europeas que abogaban por la autonomía de la forma artística como el cubismo, el futurismo y el expresionismo. Otros referentes para los formistas fueron el arte gremial de la Edad Media y las pinturas de vidrio típicas de la región montañosa de Podhale, al sur del país. El formismo, que no concibe el arte como imitación de la naturaleza, se enriqueció gracias a las aportaciones de grandes individualidades como Leon Chwistek, Tytus Czyżewski, Zbigniew y Andrzej Pronaszko y Stanisław Ignacy Witkiewicz, conocido como Witkacy. El estilo se desarrolló entre 1917 y 1922 hasta alcanzar las dimensiones de un amplio movimiento artístico que, además de Cracovia, incluía los círculos de Varsovia, Lwów y Poznań.
Especialmente llamativo resulta el antagonismo entre Leon Chwistek, teórico del grupo, y el también dramaturgo y novelista Stanisław Ignacy Witkiewicz (Witkacy). Se trata de un conflicto en el que el relativismo estético del primero choca frontalmente con la teoría de «forma pura», acuñada por el segundo. En concreto, Witkacy concebía la obra de arte como una unidad de diferentes elementos cualitativos, que refleja la estructura del universo por analogía. 
Por su parte, en 1917 inicia su andadura en Poznań el colectivo Bunt (Rebelión), un grupo con un programa artístico radical, que bebe de las corrientes expresionistas en boga en Alemania. La revista fue coeditada por el líder espiritual del movimiento, Stanisław Przybyszewski. 
En las obras de estos artistas “rebeldes” Jerzy Hulewicz, Stefan Szmaj, Władysław Skotarek, Jan Jerzy Wroniecki, Artur Maria Swinarski, Jan Panieński y el matrimonio formado por Stanisław y Małgorzata Kubicki, la síntesis de las formas se ha llevado hasta el límite, dificultando el reconocimiento de los objetos. Conocemos por Jung Idysz al grupo artístico y literario de Łódź, que expuso con los artistas del Bunt, pero con la mirada siempre puesta en la vida cultural berlinesa. Capitaneado por el poeta y diseñador gráfico Moses Broderson, el colectivo incluyó a Jankiel Adler, Henryk Barciński, Wincenty Brauner, Marek Szwarc, Salomon Blat. Ida Braunerówna y Pola Lindenfeldówna. Se trata de una generación de jóvenes artistas decididos a renovar la tradición judía, combinándola con motivos cristianos y seculares, practicando un interesante sincretismo.  
En el ámbito estrictamente literario, la atmósfera optimista que acompañó la recuperación de la independencia fue encarnada a la perfección por los brillantes poetas del grupo Skamander Julian Tuwim, Antoni Słonimski, Jarosław Iwaszkiewicz, Kazmierz Wierzyński y Jan Lechoń. El nombre evoca a la divinidad griega Escamandro, pero su punto de encuentro no era el río que discurría junto a Troya, sino el café Pod Picadorem de Varsovia. Los escamandritas animaban con su fino humor los cabarets de la capital, publicaban en Pro Arte et studio, y en 1920 fundaron su propia revista mensual Skamander. A pesar que el paso del tiempo les hizo más escépticos, contagiaron su ingenio a los llamados poetas satélite, especialmente afines al grupo: hablamos del también novelista y ensayista Józef Wittlin (autor de La sal de la tierra y Orfeo en el infierno del siglo XX) y de un talento truncado por el Holocausto como Zuzanna Ginczanka, pero también de Maria Pawlikowska-Jasnorzewska, Stanisław Baliński o Kazimiera Iłłakowiczówna. En paralelo, seguían en activo escritores que se formaron antes de la Primera Guerra Mundial, entre ellos Stefan Żeromski (Cenizas, 1902-3), Jan Kasprowicz y Leopold Staff, de cuyos ecos neorrománticos bebieron los escamandritas. 
En Poznań, el grupo expresionista Zdrój (Fuente) desempeñó un papel importante entre 1917 y 1922. En 1922 nace la revista vanguardista Zwrotnica (Aguja), editada por el poeta y ensayista Tadeusz Peiper, padre de la Vanguardia de Cracovia. El destino quiso que la Gran Guerra lo trajese a Madrid. Su estancia le convierte en el gran precursor del ultraísmo allende los mares, por la huella que dejó en escritores como Cansinos-Assens, Huidobro y Borges. 
Además, Peiper acuñó el lema constructivista de “ciudad, masa y máquina¨ (conocido como “las tres emes” por sus iniciales en polaco). Así, en  Zwrotnica colaboraban los grandes artistas del constructivismo polaco, de gran prestigio internacional, como Władysław Strzemiński, Katarzyna Kobro, Henryj Stażewski, Julian Przyboś y Jan Brzękowski. En la segunda mitad del período de entreguerras apareció la segunda vanguardia, que sucumbió definitivamente a una visión apocalíptica del mundo. En paralelo, los problemas sociales eran abordados por la literatura documental, fuertemente vinculada al periodismo. Son los años de eminentes prosistas como María Dąbrowska, Zofia Nałkowska (Invierno en los Alpes, Medallones), Jarosław Iwaszkiewicz, Bruno Schulz (Tiendas de color canela, Sanatorio bajo la clepsidra), Józef Czapski o Maria Kuncewiczowa. 
Amelia Serraller Calvo.Traductora. Doctora en Filología Eslava por la Universidad Complutense de Madrid

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